Carlos Duguech

Analista internacional

Es casi una verdad del señor Perogrullo, que tanto es citado: cuando no hay otra expresión de mayor contundencia que la que él mismo utilizaría con el caso en ciernes. “Apaguen el fuego, señores. Nos basta la luz del claro día, la que se filtra entre dos andanadas de metralla para incursionar en otro terreno. El de las palabras, los análisis, los riesgos, las ofertas, las demandas, los errores y hasta el de los arrepentimientos.”

Los líderes políticos tienen a sus espaldas, en tiempos de guerra como la que inició Rusia contra Ucrania, un vestíbulo donde incursionó Putin como “dueño de casa”. Claro, en casa ajena y con modos violentos en grado sumo en tanto invade, a sangre y fuego, el territorio soberano de un país vecino. La difundida expresión latina casus belli que Putin pretende le proporcione sostén a su napoleónico modo de batallar, no existe. Y si así fuera, que Ucrania aspirase a integrar a la OTAN, es su derecho. El mismo derecho ejercido libremente por 32 países, los miembros actuales de la Organización del Atlántico Norte. Si ése es el argumento con el que sostiene Rusia se gestión belicosa, ronda en lo absurdo. Es decir, ningun país de la tierra puede pretender que otro país haga o deje de hacer lo que determina su gobierno, sea lo que fuere y que no implique ni daño ni menoscabo de los intereses y seguridad de otro estado. Por cierto que no todas las veces las cuestiones suscitadas con violencia entre países con notorias diferencias en su estructura cultural e histórica hallan cauce sereno y previsible para su análisis y discusión. Cuando en el panorama se dan enfrentamientos de poder de fuego -hay que decirlo de este directo modo- las naciones involucradas asumen que su capacidad de lograr resultados convincentes está ligada a la envergadura y característica de ese potencial. Claro que se esgrimen, antes de apretar el gatillo, cálculos de “costos y beneficios”, ese par de conceptos presente en toda negociación. Y en el ámbito bélico, los análisis son tan amplios que no siempre todos los elementos necesitados de ser conocidos en profundidad alcanzan a concretarse confiadamente. Después, concluidas las acciones bélicas, la verdad está a la vista dibujada con gruesos trazos en las ruinas de edificaciones, con panoramas desoladores y en los rostros de los sobrevivientes, sean veteranos de las guerras o habitantes del teatro de las acciones bélicas, deambulando en una sobrevivencia escarpada y dolorosa con futuro demasiado imprevisible, para más.

El señor Putin

Muy suelto de cuerpo y arrastrando lo que arrastra desde el último día de 1999 (ejerció la presidencia interina de Rusia el 31 de diciembre cuando Yeltsin renuncia) y se engolosina con las mieles del poder (propio del Kremlin de la URSS y en el de la Rusia de hoy). Vladimir Putin advierte -y lo expresa severamente- que el fin de la guerra, de su guerra con “derecho de autor”, sólo podrá concretarse toda vez que los 32 de la OTAN desaparezcan del escenario ruso-ucraniano. Simple como dar o no dar, pero férreo en su proceder al punto que exige -vaya exigencia- que por escrito la alianza atlántica (que involucra a los EEUU de Trump, dato de oro, ¿quién lo duda?) no pretenda expandirse hacia al oriente. Parece olvidar Putin que en los tiempos de la corporación socialista soviética (de las 15 naciones, incluida la RSS de Ucrania) había diseñado y puesto en acción el recordado pacto de Varsovia (1955 y hasta 1991) después de seis años de la conformación de la OTAN (1949). Va de suyo que ninguna de los dos conformaciones estrellas, polos de la guerra fría en su tiempo, pueden entre sí obligarse a nada que pudiera alterar el legítimo derecho de independencia y entre ellas. Tanto se ufana Putin con el derecho a tamaña petición que no pestañea siquiera para excluir de una ampliación de la OTAN, no sólo a Ucrania sino también a Georgia y Moldavia. No se entiende lo de Moldavia ya que no es limítrofe con Rusia aunque sí del sur de Ucrania. En este caso Rusia muestra su apetencia territorial de Ucrania (su limítrofe oeste que sí estaría ligado a Moldavia, en tal caso). Aquí se plasma contundentemente aquella simpática expresión que rebela las intenciones no declaradas de algunos actores aunque están ligadas y por ello lo provocan: “No dar puntadas sin hilo”. De ese modo cosen. O pretenden coser.

Las razones de Putin

Enamorado de la “Gran Rusia”, la de los Zares y la que devino en la URSS y de esta continuidad que empalidece con sólo ser la Federación Rusa, bastante menor que aquella conformación de las quince Repúblicas Socialista Soviéticas, el discurso de Putin trasluce sin eufemismos su vocación por aglutinar más y más territorios. Y lo hace, esta vez, a expensas de Ucrania que, con indisimulado modo, la considera parte de “La Rusia” que aspira lograr. Claro que los métodos de Putin son nada amigables. A punta de fusil, como “dueño de casa” cuando irrumpió en territorio ucraniano el 24 de febrero de 2022. ¿El costo? Los registros oficiales rudos prevén que cumplido este mes de junio el total de las bajas (muertos y heridos fuera de combate ya) ¡redondearía el millón! Claro: mucho tiempo estuvo Ucrania a la defensiva en su territorio. Ahora profundamente en territorio ruso la metralla ucraniana asentó sus reales cuando se vio obligada a rediagramar la táctica.

El otro guerrero

Este siglo XXI caracterizó a dos guerreros singulares: Putin, que nada, nada se conecta con la tradición comunista exportable (Cuba y otros países latinoamericanos con nostalgias “bolcheviques” como si no hubieran asimilado el estruendo de la URSS en su caída.) Y Netanyahu, que más que por Israel se está ocupando de su situación personal, procesado como está por corrupción con juicio en suspenso. Y, naturalmente, en preservar la ecléctica conformación de la alianza política tan singular que sostiene al gobierno hebreo que viene recibiendo protestas en manifestaciones espontáneas, reiteradamente. Ligadas, mayormente en este tiempo, al sensible asunto de los rehenes. No siempre un tema de primera línea en el accionar de las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel). La cifras por decena de miles de palestinos víctimas mortales y heridas que se dan a conocer -tanto por las autoridades gubernamentales de Gaza como por las agencias especializadas de ONU, ponen en el tablero del análisis cuántos niños, mujeres y hombres no combatientes integran las abultadas cifras. La palabra genocidio tiene raíces en situaciones como ésta, sin dudas.

La otredad, esa palabra

“Cada bando necesita reconocer la existencia del otro”. Fueron palabras pronunciadas por el muy destacado escritor israelí Yuval Noah Harari hace unos días. “Y renunciar a las fantasías de destrucción”. Como orador en acto que se denominó, significativamente, “Ha llegado la hora”, en Tel Aviv, resumía el verdadero sentir de los ciudadanos de Israel ante las gravísimas y casi impredecibles consecuencias de esta gestión guerrera de Netanyahu sin punto final a la vista. La condena del Tribunal Penal Internacional al primer ministro por crímenes de guerra aunque despreciadas por el imputado, abre un vacío tenebroso hacia adelante y eso perturba, como un tornado sin fin, la vida en Israel.

Putin está “jugando con fuego” en Ucrania, reclama Trump

Y con la contundencia del análisis con todos los recursos historiográficos a la mano Harari se despachó diciendo: “Desafortunadamente, demasiados de nosotros se rehúsan a reconocer este hecho tan simple: que hay acá tanto un pueblo judío como un pueblo palestino, y que los dos tenemos un profundo vínculo histórico y espiritual, y que ambos tenemos derechos a existir acá”. Y agregó: “Mientras los cadáveres siguen amontonándose”, el ganador de la guerra no será “el bando que mate a más gente, ni el que destruya más casas, ni siquiera el que consiga más apoyo internacional, sino el que logre sus objetivos políticos”.

Trump dijo que Putin "está loco"

Soneto ¿Recitarían Putin y Netanyahu el soneto de Miguel Hernández (1910-1942) de su libro “El rayo que no cesa” (1936, Madrid)? El que en cuyo primer cuarteto expresa: “No cesará este rayo que me habita/el corazón de exasperadas fieras/y de fraguas coléricas y guerreras/donde el metal más fuerte se marchita”.